No sé si os pasa como a mí, pero en estas fechas de fin de trimestre o fin de año, me encuentro jugando con varios grupos al amigo invisible. Que conste que la primera vez que jugué fue con mi grupo de catequesis, teniendo la mayor de las suertes al tocarme mi catequista, quien nos dijo que el amigo invisible debía constar de un regalo de broma y otro más serio (Todavía estoy esperando el serio, el de broma fue una caja donde estaban contenidas las cucarachas que había cazado el día anterior). El verano siguiente me enseñaron un amigo invisible que me gustó mucho más, hasta el punto de engancharme. Me explicaron que durante el campamento debía estar atento a las necesidades del que era mi amigo invisible y que a su vez alguien iba a estar cuidando de mí. Al final uno descubre que ese que cuida de ti, de alguna forma da vida a la acción de Dios en el mundo, vaya, que uno aprende a ser instrumento en manos de Dios.
Tengo que decir que es un juego que no
me gusta. De alguna forma, me obliga a salir de mí y tratar de estar más
cercano del otro, en un juego donde no todo el mundo lo juega igual. La mayoría
de las veces consiste en un nombre que viene en un papelito (que si tienes
suerte es de alguien a quien estimas más y al que sabes lo que regalar, y si
no, que es lo más normal, te ves buscando un regalo para alguien del que poco
sabes y tampoco te pilla el cuerpo con ganas de saber mucho más de esa persona)
y en una comida o un almuerzo termináis repartiendo los regalitos (Bufandas,
figuritas acumuladoras de polvo, tazas... y oh, qué felicidad). Otras veces,
además se puede acordar donar el dinero del regalo a cáritas o alguna ONG, al
menos así cobra algo de sentido el amigo invisible.
Hay otra modalidad que he jugado donde
los papelitos se reparten en el mismo momento en que se van a distribuir los
regalos de forma que de antemano hay que buscar un detalle que sea unisex y con
un precio fijo para todos. La primera vez que lo oí, me pareció ridículo y
claro, ahí estábamos unos cuantos intercambiando tazas, bufandas y las
figuritas, pero otros, se habían inventado sus regalos y habían sorprendido a
sus "amigos" y a los demás abriendo nuevas posibilidades del juego.
A mí me gusta jugar sin cantidad de
dinero, es más sin dinero. Me gusta que lo que se regale esté hecho por cada
uno de los participantes, y también que haya un lugar común de encuentro en el
que dedicarse cariño y cercanía entre los jugadores, y que haya tiempo para
gastarse bromas y detalles de unión, y que no juegue el que no quiere
molestarse en preocuparse por conocer a quien le ha tocado... Quizá para mí, el
amigo invisible es un tiempo como el de cuaresma, en el que trato de ser todo
lo "persona" que puede llegar a ser este "humano", vamos
que intento mejorar y cambiar aquello que no va bien en mí.
Puede que este sea el motivo por el que
no me guste. Me desgasta mucho, me agota esta forma de entenderlo. Me cansa
cuando lo juego así porque consume mi energía, mi atención y mis esfuerzos, y
cuando no juego así también me cansa porque veo que no llego y que no aprovecho
para resarcirme de mi actitud pasota con las demás personas de durante todo el
año.
Esta Nochevieja me llamó un amigo con
el que hacía mucho que no hablaba. Un amigo de esos que son amigos invisibles
todo el año, porque han descubierto que el mundo es su hogar y luchan por
mejorarlo, y me regaló, además de sus palabras sencillas, sinceras y cercanas,
esta canción de Luz Casal: Sé feliz, y yo quise regalarle unas palabras que había escuchado en la
Eucaristía aquella tarde, una bendición del antiguo testamento y que no
acertaba a poder decir en aquel momento porque me sentía abrumado y agradecido
con su regalo. Hoy tras leer y releer la bendición, desde aquí se la regalo y
os la regalo:
"Que el Señor te
bendiga y te proteja.
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te regale su favor.
Que el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Num 6, 26)
... y sé feliz.
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