viernes, 22 de octubre de 2010

Cómo voy a olvidarte

Escuchando el último disco de Víctor Manuel, me reencuentro con muchas ideas que navegan por mi mente a su antojo y parece que hoy tienen ganas de atracar, o al menos tienen el deseo de volver a la costa y dejar de avanzar hasta saber el rumbo que quieren alcanzar.
De estas ideas, la primera que plasmo aquí es la de la apuesta por la persona. Me acuerdo de mi abuelo y mi tío, y pensando en ellos, me acerco a tantos que corren el riesgo de ser olvidados, especialmente los que como sociedad hemos aparcado y escondido para no tener que llegar a recordarlos (grabarlos en nuestra memoria y mucho menos en nuestro corazón). La persona, valor absoluto, que reconstruye la vida. Por tantos que lo han descubierto y no se permiten el olvido de los que tienen más cerca, y construyen sin descanso porque otro mundo, mejor, para todos, es posible. Porque son luz para mí y porque sin saberlo me reconstruyen a mí también, poco a poco... para que yo tampoco me olvide.
Otra idea, consecuencia de la anterior, es que debo apostar por mí. Porque está en mis manos cambiar, construir. Llevo mucho tiempo dando bandazos por un laberinto en el que no sé cómo llegué a entrar, ni porque puerta, ni qué me empujó a perderme. El caso es que sin saber donde está la entrada es difícil encontrar la salida, y he tenido que aprender a vivir dentro, unas veces con más aire y otras con menos, pero intuyendo que no estaba fuera. Hoy, o hace unos días, tomé la determinación de ser sincero, porque la verdad libera y abre puertas. Y en ello estoy, con la conciencia de haber asomado la cabeza fuera del laberinto y querer vivir fuera de su refugio alienante. Por eso apuesto por mí, porque estoy en camino.
La puerta. La salida. Supongo que cada uno debe encontrar la suya. Yo probé varios atajos, que ayudan a respirar pero no son definitivos. ¿Entonces qué? Entonces ser. Construirse de nuevo. Leyendo un libro sobre la crianza de los hijos y cómo ayudar a su crecimiento feliz, descubro los pasos que debo dar y para qué. Descubro y decido con determinación amarme y amar sin condiciones a quienes me rodean. Sin juicios, castigos, sermones, reproches, recompensas, chantajes... que no educan ni ayudan a crecer. Ser y estar, amando. Eso hace feliz, eso me hace feliz.