Ayer tuve la "suerte" de encontrarme en el centro a un alumno que estaba castigado. Me contaba que llevaba más de treinta partes y que ahora cada vez que le ponían parte disciplinario debía quedarse por las tardes. Hasta aquí podríamos pensar que es un alumno que cuando menos distorsiona la clase un día sí y otro también. Incluso podemos llegar a pensar que lo hace adrede y que no quiere estudiar... y probablemente tengamos razón, o no. House, el de la serie de televisión, dice que mentimos, yo prefiero pensar que contamos nuestras verdades, es decir, lo que de verdad podemos ver desde nuestra posición, unas veces más elevada y otras más a ras de suelo. En fin, aquel joven me contó que esta vez el castigo era por haber insultado a una profesora y que lo que le dolía era que otros se habían reído de ella de la misma forma, lo cual le molestaba, no porque estuviera mal reírse de alguien sino por pagar él por los demás. También me contó cómo en más de una ocasión le han dicho que no vale para nada, que no tiene remedio, que nunca va a conseguir graduarse ni llegará a ser nadie en la vida. En el fondo, tanto él como los que castigamos vamos de víctimas. Sí, víctimas débiles que no tienen más recurso que el de hacer daño a los demás para sentirnos algo mejor o al menos para descargar la violencia que contenemos por vivir en esta sociedad de ritmo frenético y violencia exaltada.
Hablo de débiles porque existe el miedo
a no tener razón o estar equivocado y que los demás lo descubran... entonces
entran en juego las herramientas que tenemos, y una de las primeras que
aprendemos y muchos se empeñan en eternizar es la de "la ley del más
fuerte" (o la ley del más débil, del que no tiene capacidad para dialogar,
del que no está abierto a cambiar lo que piensa, del que teme que los pilares
sobre los que está construido se derrumben, del que vive en la mentira porque
cree que nunca llegará otro más fuerte que lo derribe, porque ahora es él quien
manda y le preocupa poco mañana, del que tiene atrofiada su habilidad para
razonar y por tanto necesita anular la capacidad de raciocinio que otros tengan
y así seguir teniendo adeptos, o sumisos, o servidumbre a la que gobernar, eso
sí, siempre desde el miedo para que no puedan acercase lo suficiente a
descubrir que más que miedo dan pena -como cantó Serrat en los macarras de la
moral-).
Bien, pues cada vez que somos así de
débiles y ponemos un castigo nos separamos un poquito más del corazón de
nuestro alumnos. Hay castigos que "no pretenden ayudar a crecer", es
más la misma palabra castigo
significa pena que se le impone a quien ha cometido delito o falta, vamos, que
no es una forma de facilitar la madurez. Así pasamos los días pensando que no
tenemos más opciones, pobrecitos, somos víctimas y por eso debemos defendernos
(como diría un alumno mío de NEE: ¡Chorradas, todo eso son chorradas!). Cuando
empezamos a castigar sin ton ni son es que hemos perdido el norte, es que ya no
somos educadores (si es que alguna vez lo fuimos) y nos preocupa más un
curriculum al margen de la realidad que la realidad que marginamos a causa del
curriculum, a pesar de que esa realidad sea cada vez más grande y la ley nos
invite a atenderla.
En el fondo estamos actuando de la
misma forma que actúan nuestros alumnos: no queremos aprender y ellos no
quieren aprender, aunque hagamos tropecientos cursos; nos sentimos solos y
temerosos, como ellos; no los tratamos como personas ¿Y cómo esperamos que nos
traten ellos?(Ah, sí pero es que nosotros mandamos... y además nos creemos más
listos, que para eso somos mayores). A veces me pongo de lado de los alumnos,
recuerdo que yo tuve su edad, que necesité que me animaran a estudiar, que hubo
quien me acompañó cuando estaba perdido, que si no es porque los demás creyeron
en mí me habría perdido, que doy gracias porque hubo, hay, gente en mi vida que
me hizo sentir alguien cuando lo que me rodeaba me invitaba a no ser nadie...
que me educaron... y sí me castigaron también... pero supieron quitarme el
castigo a tiempo y hablar conmigo, y escucharme, y entender lo que había en mí
y que yo no era capaz de ver, y darme esperanza e ilusión por mi vida y por el
mundo. Los castigos no llegan al corazón, ni siquiera a mejorar la conducta...
ahí solo llegan las personas.