lunes, 24 de enero de 2011

La inocencia

Llevo varios día dando vueltas a lo que nos pasó el último sábado. ¿y qué pasó? Bien, que fuimos a ver a mi hijo que, junto con los compañeros de la escuela musical, daban un recital. Él tocó dos piezas pequeñas, ajustadas a sus edad y su capacidad. Nos encantó... y a su hermano más. Disfrutaba la música, tarareaba las canciones que se sabía y con sus dos añitos preguntaba que cuando le tocaba a él. Esperaba que en algún momento de la gala el presentador dijera su nombre y pudiera ir a tocar el piano igual que el resto de los niños allí presentes, igual que su hermano. Hasta aquí bien, muy bien.
Mi chico estaba algo inquieto, lo normal para su edad, pero más inquieto estaba yo que no quería que molestara a los otros niños que debían tocar el resto del repertorio. A pesar de estar en la última fila, entiendo que en absoluto silencio es practicamente imposible mantener a un niño de su edad durante una hora. En fin, en un momento dado nos chistaron desde atrás, alguien, padre, madre o familia de la niña que estaba tocando en ese momento, alguien incapaz de callarse en la siguiente actuación porque "debía" comentar lo bien que lo había hecho su hija. Inocencia. Desde ese momento decidí dejar libre y tranquilo a mi hijo, no impedirle disfrutar del resto de la velada, dejé de susurrarle, de sujetarlo, de mandarle miradas increpadoras, de forzarlo a un silencio inhumano a su edad... y mucho menos después de su lección de inocencia.
Inocente no por hacer silencio, inocente porque los niños lo son, no por falta de responsabilidad sino por su ausencia de inculpación. Los niños no andan como los mayores buscando delitos y culpables, viven su vida, mejor o peor, pero se dedican a lo suyo. Es con la edad y con nuestra educación con la que poco a poco los convertimos en adultos, en inculpadores, en infelices, pues de tanto culpar alguna vez descubren que no son diferentes de los demás y terminan acusándose asimismo, incluso antes de comprenderse. Peder incocencia es perder capacidad de aceptación, perder compromiso con uno mismo y con los demás... ¿y ya no hay solución? Alguna sí que hay, Dios se inventó la palabra perdón, pero para que funcione debe ser sincero, de corazón y carente de memoria... complejo, y es que esto se merece un artículo diferente porque la sinceridad la solemos poner en nuestra balanza, el corazón solo para aquello que nos gusta y de memoria, bien gracias.
Será mejor dar un pasito atrás evolutivamente y buscar la inocencia mientras se pueda... y que Dios perdone mi adultez.