A través de un vídeo del youtube colgado en el blog de mi comunidad sobre quiénes realmente dominan el mundo y que termina con la frase que da título a este post: No quiero ser invisible. Comienzo a recordar.
Y
es que resulta que hoy en día disfrutamos de todos los inconvenientes de ser
invisible y no disfrutamos de ninguna de sus ventajas. Sí, me explico, el ser
humano se construye como persona en un proceso de encuentro y encuentros con
sus iguales (seres humanos, se entiende, no solo iguales en edad, tamaño o
ideas, por decir algo), es ese espacio donde me descubro y me rehago imitando
el modelo que tengo enfrente y dando vida al ser que me convidan ser. He aquí
el primer inconveniente de la invisibilidad: ni soy, porque no hay quien me
observe activa y positivamente, ni tengo referente puesto que no me educan, no
educamos, para observar al otro y encontrarme con él. Un ejemplo, cualquier
mañana llegan a su trabajo y es tal el sentimiento de vacío que albergamos que necesitamos
decir a todos que existimos y que ayer me ocurrió esto o aquello, y que mira
cómo me siento, o hacemos cualquier afirmación carente de importancia porque
realmente no tengo nada que decir y sinceramente, tampoco tengo ganas de
escuchar las superficialidades que llenan la vida de los que me rodean y la mía
misma. El caso es que si esto es así entre mis compañeros, ¿Qué pasará con
aquellos a quienes no consideremos compañeros?¿Qué será de aquel alumno que no
puede controlarse y que no se alegra de ello?¿O aquella niña que ni siquiera en
su casa saben de sus vivencias por la tarde en la plaza con otras niñas?¿Y qué
pasa con los niños que se sienten atemorizados y están aprendiendo a responder
desde el miedo?¿No es raro que haya niños tristes en clase o que se sientan
despreciados por "sus iguales" -sigue significando lo mismo que
antes, cualquier persona que tenga enfrente-? Y el caso es que cuando menos
quieres que te vean, hala, va y se rompe el hechizo, se acaba la invisibilidad,
y cuando más necesidad tenías de estar contigo a solas llega la fantástica
palmadita en la espalda, las palabras "sabiondísimas" de quien ya ha
vuelto de todos los lugares y todo lo sabe y esa mirada inquietantemente
tasadora que te coloca en un lado de la balanza, da igual que sea el bueno o el
malo, no tienes porqué enterarte pero de lo que sí te das cuenta es que estás
siendo catalogado... y lo que tú necesitas es más bien que te valoren. ¿Y cómo
se mide el valor de una persona? Ah, aquí no me pongo de acuerdo con los que me
rodean. Yo no tengo la última palabra en este tema, pero sí sé qué palabras no
quiero tener. Para mí una persona no es el valor de su curriculum, tampoco creo
que lo pueda llamar "mi trabajo" ni "mi cliente" -por mucho
que se empeñen nuevas formas de entender las empresas-, no podría precisar el
valor de una persona por la ropa que lleve y mucho menos por el bando que elija
(aunque en esto último hay muchos que me lo ponen difícil)... simplemente, no soy
capaz de medir a la persona que llevamos. A mis alumnos les digo que todos
tenemos dos boquetes en la nariz y que somos capaces de las mejores obras y a
la vez de las más tristes o dolorosas. Ahora que lo pienso, creo que sí hay
algo que me lleva a medir la calidad humana, y es el empeño por ayudar a construirse
en personas los que le rodean -sí, los que le rodean, no uno mismo-, el empeño
por hacer un mundo más humano desde su metro cuadrado, el empeño por observar a
cuantos pasan por su vida, por escucharlos, por sentirlos y por conseguir que
Sean. Que se sientan ser. Y ahora si me disculpan, me voy a dar algo de color y
luz a la vida de mi hijo, a que pueda verse bien, con sus dos boquetitos de la
nariz, pero con sus dos boquetes únicos y su portador único también, que sus
padres buscan reconocer y se sienta reconocido... bien visible. Porque habrá
veces en que la vista no dé para más y porque habrá veces en que estos padres
no sabremos mirarlo. Esperando que así no sea y con dolorosa conciencia de
ello... Dios, Padre-Madre, dador de vida, tú no dejes de mirarlo, no dejes de
mirarnos.