martes, 16 de octubre de 2007

¿Amable?

Ayer me ocurrió algo fantástico. Resulta que estoy de baja laboral por unos problemillas en la espalda a causa de una contractura que no termina de curarse. Pues bien, me tocaba ir al médico para ver cómo seguía la tensión de la espalda, y como estaba en la calle, ya que el resto del tiempo no salgo y trato de mantener el cuerpo lo más relajado y en las posturas que me han recomendado, aproveché para ir a firmar el contrato, que no había podido hacerlo aún. Con tal suerte (ya sé que no existe, ni la casualidad; vale, yo ya sabía de antemano lo que ahora cuento) me encontré con los alumnos del colegio que habían venido a Málaga de excursión. Desde entonces me vienen muchas preguntas, recuerdos, alegrías, imágenes... Fue impresionante, dos clases de alumnos de las que nunca he sido tutor (aunque se ve que sí maestro), estaban esperando para entrar en la exposición que se celebraba en la plaza de la Marina, mientras otras dos clases ya estaban dentro. Mientras me acercaba hacia ellos algunos fueron reconociéndome, iban dándose codazos, ¡Mira, es Fran! En cuestión de segundos estaban todos vitoreando mi nombre, como si de una estrella de cine se tratara o un nuevo cantante o artista de alguna serie actual, en otros tiempo habría dicho un torero. En fin, la gente se volvía para intentar reconocer a aquel al que aclamaban tantos niños. Unos señalaban, otros cuchicheaban tratando de desvelar el misterio que todos aquellos chavales proclamaban a los cuatro vientos. Luego vinieron abrazos, besos, achuchones, cariños... muchas preguntas, ¿Cómo estás fran?¿Te duele?¿Cuándo vuelves? Iba junto a mi mujer y mi hijo. A los que dedicaron su repertorio mejor de halagos, piropos, afectos... Antonio, mi amigo, pasó con Bruno por delante de todos los niños para que pudieran saludarlo al más puro estilo de partido de baloncesto de la NBA. Y mientras mi mujer, como la virgen María, lo iba guardando todo aquello en su corazón. Llegaron las demás clases y continuamos con el ambiente de ternura, a estos sí les había dado clase como tutor y me pedían que cantáramos a su nueva tutora que cumplía nada menos que 31 años, los mismos que llevaba en esto de la enseñanza, y le dijo algo así como que era una promesa para el pueblo de Dios.

Y ahora voy al título. No es raro el día que sale en el telediario noticias sobre el bullying, o coches de policía que patrullan los colegios a la hora de la salida, o profesores que son agredidos por alumnos, por sus padres o por ambos... ¿Hemos dejado de ser amables?

Pienso que esta anécdota o parecidas les ocurren a cada uno de mis compañeros más de una vez (y de cientos) en la vida como docentes. Esto no me hace especial, ni el que más los quiere o se preocupa por ellos, ni “buena gente”, ni gran maestro, ni, ni ni yo qué sé. Pero sí me hace “amable”. He aquí la palabra de la que quiero hablar y que tantas veces entendemos de modo erróneo o equívoco. Ser amable no significa que tienes grandes bondades hacia los demás, no, no. Al igual que venerable, honrable o adorable... Cuando se dice que alguien es venerable se dice que es digno de veneración, igual que honrable, digno de ser honrado, y cómo no, adorable, digno de ser adorado. Si nos vamos a la palabra amable y con el poquito que ya sabemos, amable es aquel que es digno de ser amado. A veces, puede pasarnos que creemos que por ser amables somos cariñosos con los demás, encantadores, muy buenas personas, simpáticos, sensibles... pero es que ser amables no es un activo. No es algo que sea meritorio por nuestra parte, es algo fundamental de la condición humana, todos somos amables, y es un saber recibir ese amor que se nos entrega, ese amor por ser persona y estar delante de ti, que tienes y tengo la necesidad de quererte para ser más yo, para ser más humano, para llegar a construirme persona... y poco a poco hacer mayor la humanidad que habita la Tierra. Sed amables. Os lo merecéis.

Sabed recibir ese amor... no es un mérito, es un regalo.