martes, 30 de marzo de 2010

El Dios de la vida

 A una nueva vida...

Sólo el amor alumbra lo que perdura...

Silvio Rodríguez.


Llevo varios días pensando en la vida y en el amor. En la vida que nace, imparable. Y al amor que la hace posible, hasta lo "indecible". Hace poco una alumna se acercó y me dijo soy madre. Quería que lo supieras. Sin más. Me encantó su confianza, sigue siendo alumna, pero me encantó mucho más su rostro iluminado, feliz, sabiendo que la "vida" se le truncaba de alguna forma pero a la vez, más que nunca se sentía viva, orgullosa de su maternidad. Me encantó. Hoy da a luz una prima mía en las mismas circunstancias, o no. Las circunstancias nunca son las mismas. Los hogares de los que provienen estas dos "niñas", me refiero a las madres, son totalmente distintos. La educación que han recibido los padres es distinta en cada caso, una de las familias está totalmente desestructurada, la otra tiene un trato exquisito y entrañable. En una han atendido todas las necesidades de su hija, en la otra había demasiadas necesidades previas como para responder a las de los más pequeños. En todo momento cada familia se ha esforzado y luchado para que su familia fuera feliz, unos desde el orden y otros desde el desorden. Y entonces... ¿y entonces qué? Pues nada, que la vida sigue, como decía, imparable. Mejor o peor vivida se va abriendo camino entre las personas que un día vivieron y asoma una nueva oportunidad para el ser humano. Una nueva oportunidad para encontrarnos con el Dios de la Vida. Ese que nos muestre lo importante que somos cada uno de nosotros en su proyecto, Ese que nos revela que somos imprescindibles a pesar de nuestra pequeñez, Ese que nos alerta de que por más que nos empeñemos en rebajar la dignidad humana al mero día a día material (Son muchos creyentes y no creyentes que gastan su vida en demostrar esta tesis de la indignidad humana y la necesidad de abusar de ella) somos únicos, irrepetibles e impresionantes... porque Él así lo ha querido. No hay más. El resto es la obstinación humana por ensalzar la mediocridad, la comodidad, el valor del miedo... y es que de esta manera hay algunos que pueden aprovecharse. Estas dos niñas (mis madres) con o sin educación, jóvenes en exceso, solas o acompañadas, ya han descubierto el milagro de la vida como regalo humilde, inmerecido e inabarcable que hace redescubrir al ser humano y te deja a las puertas de encontrarte con el Dios de la vida. Un camino recorrido y emprendido como un juego que te deja ante las puertas de la verdad, más cerca de Dios Padre-Madre que ningún otro ser. Esa puerta no está abierta... ni tenemos la llave. Tras haber llegado, la puerta se queda ahí y la madre vuelve a su nueva vida, a luchar por la mejor vida que pueda dar a su criatura. Sabiendo o sin saber. Pero ya nada será igual, por un tiempo estuvo ante el misterio y su vida ha tenido un sentido, el de dar vida... y poder seguir dándola, esta vez de las formas más diversas.

El fin de semana pasado estuve en la boda de una prima de mi mujer, cuyas circunstancias eran las mismas que las de "mis niñas" (parecidas, es como si Dios se hubiese enloquecido con el ser humano y le encanta que cada vez seamos más), el caso es que en la primera lectura San Pablo decía (nos exhortaba a) que estuviéramos "alegres en la Esperanza". No decía que nuestra alegría era lo que teníamos ni lo que nos rodea ni las personas con las que vivimos, no, nos debíamos afianzar en la Esperanza. Luchar por aquello que esperamos, amar el tiempo que vivimos porque posibilita el que ha de venir. Estad alegres porque vuestra vida tiene sentido y mientras haya injusticia, desprecios, hambre, necesidades... nuestra vida tiene sentido. Estamos llamados a dar Vida, la que Dios quiere, y a ser Esperanza, como Dios nos quiere, de una forma esperanzadora. Porque sigue creyendo en el mundo... tiene esperanza... porque sigue esperando en el mundo, se alegra con la Vida. La nueva vida, con las vidas nuevas.

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