sábado, 3 de febrero de 2007

Lo que el ojo no ve

“Háblame para que no se duerman mis sentidos”  Manolo García.

Shh! Silencio que empieza la obra... Pasaremos de puntillas... por aquí, entre bastidores y bambalinas. Ya llevamos cerca de dos años preparándola. Los nervios, la tensión de salir al escenario...los ajustes de última hora... pero no, todavía no sale. (Paraos en este punto el tiempo que queráis, podéis estar en desacuerdo... sabéis que nos encanta como actuáis y que os adoramos... pero no, todavía no sale)

Ya os sabéis la obra al milímetro, y los papeles que cada uno representa y en qué momento, ya casi no os  ponéis nerviosos, todo pasa rápido y casi ni no nos damos cuenta del impresionante momento de gloria interior que estamos viviendo (no la de los aplausos ni vivas que lanza el público sino  la que “nace” cuando damos vida a unas letras, haciendo algo más pequeño nuestro yo para regalar nuestra voz, cuerpo y gestos a quien no los tiene). Quizá esta sea la parte más difícil de enseñar y por la única que merezca la pena el teatro: La búsqueda, hacer nuevo lo de todos los días. Disfrutar del papel que cada uno representamos en medio de la monotonía... en medio de las mismas situaciones que a diario vivimos en el cole, en la casa, en el trabajo, en la calle... Entonces es cuando somos artistas, cuando decidimos enriquecer el papel que nos toca vivir, descubriendo nuevos matices, buscando mayor profundidad, siendo protagonistas del metro cuadrado en que estamos y que hace que esta gran función del mundo se realice y mejore cada día... porque somos mejores... humanamente. Por otro lado está el camino fácil, la senda ancha: pues si no sale me busco otra obra, así hasta encontrar una que esté pensada únicamente para mí... y eso, además de que no existe, hace que nunca lleguemos a ser felices... 

En Godspell dice claramente: ”Descubrid la felicidad... está dentro de vosotros”.

            Me gustaría contaros que el teatro es el mayor de los espectáculos, pero no... no pasa se ser el más humildes de los actos, por el cual el artista deja de ser él mismo para pasar a tomar la apariencia de otro. A lo mejor lo he dicho demasiado rápido y puede que no se haya entendido... es el acto en el que “uno deja de ser... para dar vida”.

            Entre tanto, se van acumulando historias, representaciones (como el pasado 26 de enero en la Sala de teatro de la Diputación en calle Ollería, donde se recaudaron 750 euros para la catástrofe del sudeste asiático, por lo cual damos gracias a todos los que os volcasteis en este proyecto, haciéndolo posible, y que por falta de memoria, de espacio en el artículo y por no meter la pata o pato –desde aquí no se ve bien- simplemente decimos gracias por participar amablemente en hacer realidad ese otro mundo posible), caras y gente que viene y que va... y el milagro... nuevos actores para una vida nueva.

Este es el teatro que el ojo no ve y en el que estamos empeñados, aunque todavía no salga... porque la función, sin duda, es de sesión continua.

Gracias, por no dejar que se duerman nuestros sentidos.